Nosotros, los oficialistas
Arleen Rodríguez
Los periodistas cubanos ejercemos el oficio con dos posibles apellidos. Los que vamos con la Revolución somos oficialistas (castristas en Miami). Los que van contra ella, son "independientes". Los términos resultan tan viejos y a la vez tan vivos, como la Guerra que una vez se llamó Fría y ahora se llama Mediática, pero es la misma desde los remotos tiempos de Winston Churchill y el minado ideológico de la Unión Soviética, hasta los más actuales de la maquillada Globalización y las manejables izquierdas conversas.
Desde entonces, el lenguaje oficial capitalista estableció reglas tan dogmáticas para calificar a sus adversarios, que quien se sale de ellas, sale del juego "democrático". No hay independencia posible de ese controversial conjunto de códigos donde democracia equivale a mercado, libertad es sinónimo de consumo y todo lo que no sea privado se declarará oficial, aunque las definiciones provengan del oficialísimo poder mundial. De ahí el dogma. Nadie debe molestarse en evaluar las esencias de palabras establecidas. Cualquier olvido al redactar será corregido en la central y cualquier duda será borrada por el prejuicio. Hace más de 60 años al mundo se le hizo saber que una sociedad diferente sería una sociedad inaceptable.
Como el fantasma del comunismo que recorría Europa en los albores del Manifiesto magnífico, las citadas palabras-prejuicios están hechas para perseguir y evitar el cambio verdadero y aparecen con persistencia y abundancia en cuanto texto se escriba sobre cualquier país, grupo o idea que promueva lo diferente. Las palabras-prejuicios están en todas partes, aunque resulten absurdas y cínicas en un mundo comprado y vendido en partes y piezas, donde lo oficial y lo privado se confunden cada vez más desde el corazón mismo de las sociedades que presumen de abiertas, libres y democráticas.
¿Acaso no es un contrasentido que nos tachen de oficialistas los mismos que trabajan para las agencias de sus respectivos gobiernos ( la española EFE, la inglesa Reuter, la francesa AFP? ¿No resulta cuando menos cínico llamar oficialistas a otros desde medios privados tan poderosos (las cadenas hispánicas, la CNN, Prisacom, Telefónica, etc) que pueden modificar políticas oficiales, respaldar golpes de estado y hasta decidir la presidencia de sus países?
Silvio Berlusconi, con su control privado casi total y simultáneo sobre el gobierno y los más grandes medios de Italia, es el caso más escandaloso, pero no el único, de la falsa separación entre lo oficial y lo privado de que presume la prensa en el capitalismo. Su camino, de modo más discreto o menos ostentoso, lo están recorriendo, una tras otra, las más ilustres "democracias" occidentales.
Ya muchos analistas advierten con alarma la profundización de la desigualdad en la sociedad norteamericana, donde como tendencia "los ricos usan su dinero para adquirir más poder y su poder para ganar más dinero" . Las dos guerras más recientes y los nombres de quienes la promovieron y desataron desde un coincidente centro de poder económico y político, lo explica todo. Desde Bush a la Rice.
Pero la prensa no ha sido menos cómplice del crimen, ¿cómo llamarle si no a quienes, conociendo ese sucio engranaje, siguen hablando de los intentos norteamericanos por "democratizar" a las sociedades afgana e iraquí? Claro que también la mentira va dejando sus bajas. Algunas tan sonadas como el prestigio de CNN, herido de muerte después de "sembrar" a sus periodistas en las tropas invasoras y desautorizar a una de ellas, Christianne Amanpour, cuando dijo que fueron intimidados por el ejército.
No es menor el mal en España, fiel discípula del modelo norteamericano -de acuerdo a las declaraciones de sus propios estadistas- y ejemplo de la llamada "nueva corrupción", que según el fiscal Carlos Castresana se define por la absoluta confusión de lo público y lo privado (nada allí parece ser oficial) y se caracteriza por "el tráfico de influencias, la información privilegiada, el blanqueo de dinero, o lo que es lo mismo: la degeneración del sistema financiero, la financiación ilegal de los partidos políticos y, sobre todo, el soborno trasnacional" , algo de lo que participan activamente los grupos mediáticos más prominentes.
Solo asomándose a esa mezcla enferma de intereses y observando la estricta disciplina con que los grandes medios la siguen tapando bajo el manto de una democracia y una libertad que quedaron en las palabras, se podrá comprender hacia el futuro que toda una sociedad se haya pronunciado contra la misma guerra que su gobierno respalda con recursos y almas. Un gobierno que designa de dedo a su sucesor con la misma frialdad con que clama por destruir a los medios que le adversan, algunas veces a golpe de dinero y otras veces a golpe de cañonazos.
Solo conscientes del infame juego a la mentira cotidiana que se practica como norma en los medios oficiales del poder global, podrán descifrarse un día todos los motivos de la febril campaña contra Cuba y Venezuela, con que tantos periodistas oficialistas de ese poder en Europa y América se han plegado a la orden oficial de crear fantasmas para esconder monstruos, como enseñó la Guerra Fría.
Hay que denunciar ese totalitarismo. Y cuestionarse el carácter privado que tanto lesiona el interés público. Poner al descubierto a esos que trabajando al servicio de las corporaciones del pensamiento único nos gritarán oficialistas como el ladrón que grita atajen.
En realidad no me molesta para nada que me llamen oficialista, si se entiende por tal que sirvo a la Revolución de la que soy parte, porque ello quiere decir que la Revolución está en el poder.
Pero ya que insisten en usar la palabra, es justo aclarar que si por oficialismo se entiende el servicio a un poder oficial, lo que hay detrás de los grandes medios de prensa es el más oficial de todos los poderes y el más podrido también.
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