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Beethoven con ganas

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Por Yuris Nórido.

Algunos decían que el alemán Uwe Scholz, fallecido en plenitud de sus capacidades creativas, era una especie de seguidor o émulo del mismísimo Balanchine. Y ciertamente, algo 'balanchineano' hay en su 'traducción' de la Séptima Sinfonía de Beethoven, que el Ballet Nacional de Cuba ha estrenado este fin de semana en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. Aunque 'traducción' no es la palabra justa. Más bien se trata de una traslación (comprometida, respetuosa, y al mismo tiempo, audaz) de la pauta musical a la pauta coreográfica.

Foto: Yuris Nórido.

Una 'sinfonía visual', con todo lo que implicaría el concepto: multiplicidad de tonos, confluencia de registros, desarrollo unísono en varios planos, sucesión de tiempos, variedad compositiva, dinamismo en el diseño. De la Séptima Sinfonía de Beethoven y Scholz se pudiera decir lo que se solía afirmar de las transcripciones sinfónico-coreográficas de Balanchine: casi se puede 'ver' la música.

Es notable aquí la gran cultura del coreógrafo, que comprende la naturaleza esencial de la partitura y honra sus peculiaridades. Los bailarines parecen habitar el mismo ámbito de la música. El movimiento se ajusta a lo que se escucha y al mismo tiempo abre un abanico de posibilidades plásticas.

Foto: Yuris Nórido.

Foto: Yuris Nórido.

La lógica compositiva de Scholz recrea los caminos formales de Beethoven: es evidente en la repetición (con puntuales variaciones) de frases, el uso del canon, la alternancia pirotécnica de solistas y cuerpo de baile, los matices que definen intenciones.

El resultado es un entramado muy bien articulado, que jamás resulta aburrido o cansino: la reiteración en Beethoven (y en Scholz) nunca es cacofonía: es triunfo del  clasicismo desprejuiciado en el más inspirado espíritu romántico. A lo que el coreógrafo aporta oleadas de relativa modernidad.

Foto: Yuris Nórido.

Foto: Yuris Nórido.

El elenco del Ballet Nacional de Cuba está a la altura. Un cuerpo de baile muy joven (jovencísimo) asume la obra con un entusiasmo y una energía que contagian.

Hay suficiencia técnica y capacidad interpretativa en esos bailarines. Falta (y es comprensible teniendo en cuenta la poca experiencia) algo de uniformidad, un mejor engranaje. Ojalá que las nuevas promociones tengan tiempo de integrarse en un conjunto sólido: demasiado inestable es la plantilla de las agrupaciones de la danza cubana.

Foto: Yuris Nórido.

La concreción del diseño de luces ha sido lo menos conseguido de esta presentación. Hay zonas pobremente iluminadas y las variaciones de intensidad no siempre parecen justas u oportunas.

Pero en sentido general, en esta temporada el BNC está ofreciendo un panorama esperanzador. Al igual que la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana, cuya interpretación de la música del inmortal Beethoven ha convencido por el equilibrio, la fuerza y la integración armoniosa de todas las secciones.

La temporada se extenderá hasta el domingo. El programa se completa con Love fear loss, de Ricardo Amarante e Invierno, de Ely Regina Hernández.

(Tomado de Cubasí)

Se han publicado 1 comentarios



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  • Jorge R 09 dijo:

    Y ¿ Qué pasa con la Orquesta Sinfónica Nacional que no ofrece conciertos?. No entiendo que para oír a Bethoven en toda su variedad de piezas musicales, haya que ver un ballet. Nota: Con todo respeto del ballet.

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