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Del “poder inteligente” a la guerra no convencional (I)

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Si usted es una de esas personas interesadas en mantenerse bien informada sobre los eventos político-militares que tienen lugar en “nuestro mundo”, se habrá tropezado alguna vez con una amplia gama de denominaciones que, con más o menos acierto, manejan algunos medios de información para definir las distintas modalidades que adopta Estados Unidos para ejercer hoy su pretendida hegemonía mundial.

El problema se agrava si su interés ronda en torno a la guerra no convencional, cuya falta de “convencionalidad” sirve de estímulo a la imaginación.

Las sutilezas hacen la diferencia

Muchos de estos conceptos están interrelacionados, forman parte de otros, son inherentes o subordinados, aluden a aspectos específicos de fenómenos de mayor o menor alcance, etcétera. También influyen las lenguas, culturas, los enfoques, el perfil profesional, e incluso, la postura política de quienes hacen uso de ellos. En muchos casos, las sutilezas hacen la diferencia.

Si usted no es un especialista en la materia, o no dispone de las herramientas necesarias para esclarecer estos vacíos, sus esfuerzos pudieran inducirlo a la confusión.

La historia comenzó hace más de dos décadas atrás, cuando el derrumbe socialista en Europa era un hecho y la Unión Soviética avanzaba hacia su desintegración muchos se preguntaban sobre la forma que, a partir de ese momento, tomaría lo que algunos se atreven a llamar eufemísticamente “orden mundial”. Es decir, la situación que resulta de la interacción entre las potencias dominantes y entre estas y aquellos a quienes se pretende dominar.

El asunto adquiría especial importancia para Estados Unidos, que presentado a sí mismo como heredero indiscutible al trono mundial, ante el cual debía inclinarse el resto de la plebe de la “aldea global”, o disponerse a enfrentar el precio de su hidalguía. Respaldaban su mesiánica ambición el “poder inigualable” de sus ejércitos, capaces de hacer sentir el “trueno de su ira” en cualquier lugar del planeta, por tierra o mar, en el aire, el espacio, o en esa nueva dimensión de la existencia humana en que ha devenido el ciberespacio.

Fue en medio de este debate que, en 1990, se publica en Estados Unidos un libro titulado Destinado a liderar: la naturaleza cambiante del poderío estadounidense, en el que su autor, el politólogo Joseph Nye, expuso el concepto de “poder blando”, entendido como la habilidad de “atraer a otros a nuestro lado, sin coerción”.

En su texto, Nye sostenía la tesis de que el poderío militar por sí solo sería insuficiente para conducir exitosamente la política exterior de Washington. Dicho autor avizoró que la política mundial estaba cambiando en una forma que hacía “imposible a la potencia mundial más poderosa desde los tiempos de Roma, lograr algunas de sus más importantes metas internacionales” sin la ayuda de otros o sin pagar por ello. Calificó este fenómeno como “la paradoja del poderío estadounidense”.

Valoraba que el empleo de instrumentos culturales e ideológicos, de una diplomacia de nuevo tipo, de estrategias de información y “el poder del ejemplo”, entre otros, incrementaría la capacidad de Estados Unidos para alcanzar sus intereses por medio de la “atracción”, en lugar de hacerlo mediante el uso de las estrategias de presión tradicionales.

Sin embargo, hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos utilizó la fuerza –de forma limitada, pero reiterada– en un sinnúmero de ocasiones, inclusive en roles combativos, como ocurrió en Irak, Somalia, Haití, Liberia, Bosnia-Herzegovina, Sudán y Yugoslavia, por enunciar solo los casos más representativos.

La naturaleza de las acciones emprendidas por la administración Bush primero en Afganistán y luego en Irak, la violación flagrante de la legislación internacional y el grado de barbarie de la intervención norteamericana y sus aliados en esos países, resultaba incongruente con cualquier asomo de “suavidad” en la aplicación del poderío militar.

Basta señalar que en 2003 Estados Unidos intervino en Irak sin aval de la ONU; con el pretexto de poner fin a un programa de armas de destrucción masiva no existente; hacer de ese país un crisol de prosperidad y democracia que la misma agresión militar extranjera dividió y ensangrentó como nunca; pisotear una de las culturas más antiguas de la humanidad; vejar y torturar; asesinar familias inocentes y beneficiar a empresas norteamericanas con supuestos proyectos de reconstrucción.

Tanto agravio no podía resultar en otra cosa que en estímulo a la resistencia de esos pueblos, y arrastró a Washington a una carrera de fondo –sin fondo– en la que “estabilizar” esos países, que es el término irónico que emplean las fuerzas armadas para significar la pacificación, devino sueño imposible.

Es en este contexto como en 2007, de manos del propio Nye, la idea del “poder suave” mutó a “poder inteligente”, una variación de la anterior, que reconoce la función que sigue jugando el poderío militar como instrumento para compeler a otros a acceder dócilmente a los considerados “reclamos” del imperio. Un reflejo nítido del significado de este concepto puede hallarse en la frase “diplomacia respaldada por la fuerza”.

En su expresión simple, ello implica que en ausencia de una amenaza directa y probada a sus intereses vitales, el gobierno de Estados Unidos prioriza los instrumentos “suaves” de su poderío –díganse diplomáticos, económicos y de información– sobre los instrumentos militares.

La fuerza se emplea de forma más limitada, y puntual, mas no necesariamente menos letal y frecuente, como demuestran los ataques con los llamados “drones” en Yemen o Pakistán. Ya sea en función de estimular a sus aliados y socios para garantizar su propia seguridad y la de Estados Unidos, como es el caso de la OTAN, o de apoyar a grupos rebeldes para combatir lugares adonde no es factible enviar tropas a invadir y ocupar, como ocurre en Siria.

Huellas de ciempiés

Varios soldados británicos toman posiciones durante su participación en la operación Moshtarak, en la provincia de Helmand (Afganistán). Foto: EFE.

El concepto de “poder inteligente” también se ha expresado en la forma que ha ido adoptando –y a corto y mediano plazos continuará adoptando– la presencia militar de Estados Unidos en distintas regiones del mundo.

A su vez, este camino nos traslada a otro concepto en boga entre los pasillos del Pentágono: la “huella ligera”, materializado a través del envío intermitente de fuerzas militares a regiones o países de interés para desarrollar actividades fundamentalmente no combativas, aunque lo contrario no queda excluido.

Caracterizan esas actividades la utilización de cantidades de personal, objetivos y plazos relativamente limitados, en comparación con las decenas de miles desplegados para la guerra en Afganistán o permanentemente en sus bases militares en Japón.

A pesar de las “bondades” de programas de este tipo, el Departamento de Defensa ha optado por limitarlos, favoreciendo por el contrario a las fuerzas de operaciones especiales, el instrumento favorito para llenar el mundo de “huellas ligeras”.

Basta mirar las cifras: según el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, ese mando tiene unos 12 000 efectivos desplegados diariamente en más de 70 países.

Dicho en otras palabras, cada año, la “ligerísima” huella de las fuerzas especiales norteamericanas queda esparcida en aproximadamente la mitad de los estados miembros de la ONU.

Visto así, la huella que presume de “ligera”, ante tales cifras, se torna realmente “pesada”.

(Continuará)

(Tomado de CubaDefensa)

 

Se han publicado 2 comentarios



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  • Jesé R. Castro dijo:

    Al autor. Como dijera el profe "G", me quedé con deseos de las otras partes... Saludos

  • Joel Almeyda Expósito dijo:

    Sin dudas son perseverantes los anglosajones, han logrado poner todo su poderío económico, científico, tecnológico, diplomático, y mediático en función de aplastar toda resistencia, pero, como han reconocido los propios altos mandos de esa nación, el mundo unipolar es ya historia pasada, ahora es un mundo tripolar donde tres gigantes se disputan la supremacía tecnológica - militar, Rusia, China, y EEUU, y todos saben que un conflicto entre ellos no habrá vencedores ni vencidos, sencillamente será el fin de la vida inteligente en nuestro maltratado planeta.

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