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Retamar sabía de la muerte

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Ilustración de Roberto Fernández Retamar. Autora: Stephanie Rivero.

Retamar sabía qué era la muerte. Lo supo siempre. En su maravillosa elegía a Benny Moré, nos cuenta de una voz “delgada como el viento, hambrienta y huracanada como el viento” [1]; una voz que ya no es del Benny, que es de nadie. Porque el hombre ha muerto y su voz lo ha sobrevivido, y este hombre es ahora “discos, retratos, lágrimas, un sombrero con alas voladoras enormes y un bastón” [2].

Retamar conocía a la muerte, como se intuye conocer a aquellos seres que estamos destinados a encontrar en el camino.

Quizás por eso sobrecoge su sentencia final [3]:

A la verdad, ¿quién va a creerlo?
Yo mismo, con no ser más que yo mismo,
¿No estoy hablando ahora?

Porque Retamar sabía de la muerte, pero sabía aún más de la sobrevida. Lo conocí, estando en Casa de Las Américas, en la presentación de un libro de Paco Ignacio Taibo II sobre el Che. Ya estaba muy anciano, el cuerpo resquebrajado y, sin embargo, una límpida lucidez se adivinaba en sus ojos. Fui a saludarlo, sin más credenciales que mi admiración, él me estrechó la mano y me sonrió.

Ese mismo día murió Fidel y murió una época en Cuba: la época de la leyenda revolucionaria. Una época de semidioses guerreros que bajaron de la Sierra Maestra para guiar a su pueblo en la lucha por la libertad. Pero los semidioses y los pueblos necesitan bardos, hombres y mujeres que sepan cantar desde y a la Revolución. Retamar fue uno de los más brillantes poetas revolucionarios. Yo le estreché la mano y me sonrió.

En uno de sus poemas más conocidos nos dice: “Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela [4]”. Porque al poeta Retamar no le bastó ser bardo, quiso sentir la libertad como la describiera Fayad Jamís: “estar estrechamente atado a la firme y dulce entraña de pueblo” [5].

No bastaba con esculpir versos: había que construir escuelas, aunque los obreros curtidos por el trabajo duro señalaran “con sus manos encallecidas, hinchadas, para siempre deformes, a nuestras manos que alisó el papel o trastearon los números” [6].

Cierto “quídam de reciente notoriedad”, como lo describiera Zaida Capote Cruz, quiso ver en esta lógica contradicción entre el trabajador intelectual y el obrero, una causa de angustia existencial para el poeta. Advenedizo literario, intentó degradar no solo al autor sino a su obra, calumniando e injuriando sin pudor alguno. Quiso mostrar a Retamar como un “mal poeta”, un pequeño burgués sin talento atrapado en una fantasía de revolución proletaria.

Y sí, Retamar se sintió a veces entre dos aguas. Entre una clase burguesa y pudiente, a la que no pertenecía, “porque no podíamos ir a sus colegios ni llegamos a creer en sus dioses, ni mandamos en sus oficinas ni vivimos en sus casas ni bailamos en sus salones”; y otra clase, la obrera, la proletaria, la de los trabajadores oprimidos que se lanzaban a tomar el cielo por asalto, una clase “en la cual pedimos un lugar, pero no tenemos del todo sus memorias ni tenemos del todo las mismas humillaciones” [7].

Pero aquello no resultó nunca en resabios para el poeta, para el revolucionario. Supo hallar en esa obra magna que era la Revolución una causa y un sino de esperanza, “esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes” [8].

Retamar sabía mucho de la muerte y de la sobrevida. Pero también supo ver que su generación se debatía entre lo que no quería ser más, lo que hubiera preferido no ser, y lo que anhelaba, “lo que esperamos llegar a ser un día, si tenemos tiempo y corazón y entrañas” [9].

Retamar fue un hombre excepcional, de esos que hacen mundos y sueños, demiurgo de las palabras “que nos desbaratan y nos construyen” [10]. Podía ser mordaz, cáustico, lapidario. En un epitafio escrito a quien se dispuso a invadir a Cuba, en otoño, sentencia: “Hoy sirves de abono a las ceibas” [11]. Por otro lado, podía ser cándido, esperanzador. Retamar sabía mucho del pasado, de la historia; sabía mucho lo que valía el presente. Y así nos dijo:

También nosotros hemos sido la historia, y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos asistido a la luz, como hoy formamos parte del presente.[12]

Pero por encima de cualquier cosa, Retamar fue un hombre del porvenir, un alma sensible y de portentosa pluma que supo dibujar con versos la función del poeta:

El poeta saluda las cosas por venir
Con una salva en la noche oscura.
Sólo lo difícil.
Sólo lo oscuro.
Y contra él, en él, el fuego levantando
Su columna viva, dorada, real [13].

Yo lo conocí. Murió, pero pude estrecharle la mano, esa mano con la que construyó escuelas y esculpió versos. Fue un hombre que sacrificó éxito y fama por una militancia coherente, honesta, por una causa que entendió estaba muy por encima de sus legítimas ambiciones como escritor. Y, sin embargo, no tuvo que sacrificar su obra, que quedará para siempre. Una forma de sobrevida que seguro intuyó.

A sus hijas les escribiría:

Disfruten de estar vivas, que es cosa linda, como nosotros lo hemos disfrutado.
Quieran muchos las cosas.
Y recuérdenme alguna vez, con alegría. [14]

Así lo intentamos recordar. Aunque se nos nuble un poco la vista, aunque nos venza el sentimentalismo. Es imposible desterrar la tristeza cuando se recuerda a un hombre bueno, que además de bueno fue talentoso, y que además de bueno y talentoso dejó una obra valiosa.

Retamar sabía qué era la muerte. Lo supo siempre. Y nunca le temió, porque en el fondo sabía que nadie lo creería muerto, que sin ser más que él mismo nos seguiría hablando.

Yo guardo cerca del corazón la dicha de haberlo conocido y haber estrechado su mano, dicha que no suelen tener los lectores cuando se trata de sus más admirados autores. Y con esa dicha, aún en mis manos, les estoy hablando ahora, “escribiendo palabras rotas donde él no está, en la sobrevida” [15].

Referencias

[1] (Retamar R. F., Oyendo un disco de Benny Moré , 2013)
[2] Ibídem
[3] Ibídem
[4] (Retamar R. F., Con las mismas manos. Ensayo y poesía)
[5] (Jamís)
[6] (Retamar R. F., Usted tenía razón, Tallet: Somos hombres de transición, 2019)
[7] Ibídem
[8] Ibídem
[9] Ibídem
[10] (Retamar R. F., 2002)
[11] (Retamar R. F., Epitafio de un invasor , 2019)
[12] Ibídem
[13] (Retamar R. F., Una salva por venir. Nueva antología personal , 2012)
[14] (Retamar R. F., A mis hijas (Fragmentos), 2019)
[15] (Retamar R. F., El otro)

(Tomado de La Jeringa)

Se han publicado 7 comentarios



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  • Katiuska dijo:

    Bellísimo y merecido homenaje a un hombre árbol de las palabras y la vida, revolucionario en política y versos, fiel a las esencias, sabio y bueno.

  • Rafael Emilio Cervantes Martínez dijo:

    Suerte de los pueblos que tienen hijos como Retamar, que se comprometen con lo que creen, que siempre ayudan a la causa donde militan con su verdad, dicha con honestidad y valentía, que fecundan con belleza las obras nobles, que educan todo el tiempo desde el derrame de una cultura cayendo en cascada, que efectivamente no puede morir porque nos habla siempre.

  • Dayani dijo:

    Lo veía solo por TV y siempre me llamó la atención su nobleza y delicadeza al hablar.

  • Yoel Angel Núñez Padilla dijo:

    Muy bonita despedida, pero muy triste su partida. Es sentido por todos los que sabemos amar la literatura

  • Esther dijo:

    Nos ha dejado Rosa Fornés en la madrugada de hoy, 10 de junio. Espero poder leer sobre ella en vuestras páginas.

  • Ana Cristina Tablada dijo:

    Impactante escrito, muy merecido para Retamar tratándose de quien es. Soy su admiradora y creo que en el escrito de Michel va nuestro homenaje, así lo siento, ha sido muy profundo. Gracias por los que nos hemos identificado con sus palabras.

  • PatriaesHumanidad dijo:

    Conmovedor y merecido... con las mismas manos de recordarlo, nos has construido un leve mirada a su inmortalidad

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Michel E Torres Corona

Michel E Torres Corona

Graduado de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana en el año 2017.

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